domingo, 30 de enero de 2011
El Walter Benjamin de La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica
El arte ya no es único. Ya se puede reproducir prácticamente todo (sorprende esto dicho en 1936… precisamente hoy, cuando las técnicas de reproducción han evolucionado hasta límites insospechables…). Desde las xilografías, las litografías o los giclées, el arte ha ido perdiendo su carácter originario de obra única, irrepetible. Es bien cierto que siempre ha existido, de una manera u otra, formas de reproducción. Pero en la época desde la que nos habla Benjamin, se han desarrollado técnicas realmente novedosas que hacen que la obra se actualice a cada instante. No hablamos de retocar o renovar piezas. Estamos hablando de copiar, de reproducir de forma prácticamente exacta las obras que un día fueron únicas y que jamás volverán a serlo. El diagnóstico es tan acertado que aturde.
El ensayo está marcado, de una forma significativa, por un concepto principal: la pérdida del aura en la obra de arte contemporánea. Y entendemos aura como esa experiencia de distancia. Aunque esa distancia sea breve, el aura se hace visible en la misteriosa totalidad de los objetos. Es lo oculto, lo misterioso, lo que nos da ese aura. No cabe duda de que Benjamin, al escribir este ensayo, tiene muy presente el conflicto entre el arte comprometido y “el arte por el arte”.
El aura, para Benjamin, encierra todas las cualidades esenciales de la obra de arte y, como dice Yvars, los vestigios de su pasado cultural y religioso. Un pasado que, como ya veremos, está ligado a la función del ritual. Por ello, tenemos por un lado la pérdida de unicidad debido al progreso de la técnica reproductiva y, por otro, la pérdida del momento creativo, el momento de la afirmación individual. Así, de este modo, el sujeto creativo, lingüísticamente hablando, desaparece para dar pie a obras en las que intervienen muchos procesos distintos, con muchos creadores diferentes. No hay que mirar muy lejos. El cine es un gran ejemplo. Incluso la obra en sí, si sale mal, se puede repetir en la postproducción.
Estamos ante una colectividad de productores que, además, se dirige a un espectador que, como tal, también desaparece. El film es recibido e ideado para la comunicación masiva. Esta interpretación no es nueva. Adorno ya había denunciado el poder de alienación en el que se podía convertir el cine en manos de la demagogia más peligrosa. De este modo, se deja de lado conceptos como creatividad individual o genialidad, ya que, el proceso es ahora una multiplicidad. Es la muerte del artista, vayamos ahora a la muerte de la unicidad de la obra de arte.
El hic et nunc del original es el concepto de su autenticidad. Necesariamente, una obra contiene un sentido de autenticidad que engloba toda su tradición. Un sentido, una quinta esencia, que está ligado inseparablemente a su objeto material. Por ello, perdiendo el objeto material de la obra, estamos perdiendo también su testimonio histórico. Por lo tanto, nos encontramos ante la situación siguiente: la obra artística original (A) es copiada y reproducida constantemente (A n1, A n2, An3,…) yendo a buscar el receptor a su particular situación, y no al revés. Esto es un forzar violento que es lo que provoca, nos dice Benjamin, la actual crisis “actual”, pero también la posibilidad de renovación de la Humanidad. Es actualizar la obra, dejando en la obra, y sin llevar a la copia, todo abismo de tradición y testimonio pasado.
La obra de arte no era autónoma antes de la época de la reproducibilidad técnica. Dependía del ritual. Por eso mismo, desde una mirada simplista y demagógica del asunto, muchas veces se han querido interpretar los postulados de Benjamin como si la misma reproducibilidad técnica hubiera liberado a la estética, a la obra de arte. Benjamin señala la posibilidad de que esto pase, pero lo que está haciendo es, ya en los años treinta, denunciar la cultura de masas.
Es fundamental fijarse en el diagnóstico de Benjamin. El arte ha sido separado de su fundación cultural. En la litografía ya no vemos el momento creativo, ni esa totalidad oscura que nos estremece y deleita a la vez, ni la trascendencia que tiene la autenticidad de la obra única. Lo que parecía que iba a liberar la obra, la reproducción, y hacerla autónoma, la encadena, la destierra de su autenticidad y le quita la posibilidad de ser interpretada. Lo que Benjamin nos está explicando es de qué manera se pasa de una contemplación individual a la contemplación masiva que favorece la distracción, y cómo eso es fácilmente utilizable por el fascismo en la estetilización de la política. Lo que podría “democratizar” el arte haciendo llegar la cultura a todos los sitios gracias a la facilidad de copia, también puede encerrarnos en un fascismo sin retorno, en el que todos seamos idénticos, y en el que el valor artístico – y su función – tan sólo esté al servicio del poder. No se trata, por lo tanto, de estar a favor o en contra de la técnica, sino de atender tanto a sus posibilidades como a sus peligros.
Albert Lladó
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