sábado, 25 de septiembre de 2010

Edipo Rey, Sófocles


Una maldición condena al rey de Tebas, Layo, futuro padre de Edipo, y a su descendencia entera, una existencia marcada por la desgracia. Por ello, cuando Layo, casado con Yocasta, escucha el oráculo de Delfos que le profetiza que será asesinado por su propio hijo, no tiene más remedio que deshacerse de ese peligroso descendiente tan pronto como lo ve nacer. El episodio de dar muerte al recién nacido, que Layo delega en un criado, nos recuerda a los cuentos de Hadas. El servidor no se decide a acabar con el niño, sino que apiadándose de él, lo abandona en el monte Citerón. Un pastor de Corinto recoge a Edipo, cuyos tobillos están malheridos, y lo lleva a su ciudad, donde es adoptado por los reyes locales, Pólibo y Mérope, que no tienen descendencia. El niño, crece plácidamente como príncipe de Corinto hasta que, un día, escucha en boca de un borracho el rumor según el cual él es un bastardo. Es por ello, por lo que Edipo recurre al oráculo de Delfos, donde otra profecía enigmática le obliga a abandonar la ciudad alejándose de quien sigue considerando como sus verdaderos padres. Un día se reproduce la escena inevitable, tan deseada por el espectador como temida: Layo y Edipo se encuentran en un camino, tienen un altercado y el hijo impetuoso mata al padre sin que ninguno de los dos reconozca en la sangre el parentesco con el otro. Aquí nace una de las paradojas más sugestivas del mito trágico: Layo transitaba por el camino de Delfos para consultar al oráculo mismo que le anunció la desgracia, mientras que Edipo, en perfecta simetría, se alejaba del oráculo, después de haber recibido la profecía fatal. Tras el altercado, el parricida involuntario llega a Tebas, ciudad que está siendo diezmada por los estragos que causa una misteriosa esfinge. Creonte, regente de la ciudad tras la muerte de Layo, ha ofrecido el tálamo de la viuda Yocasta, a quien acabe con la esfinge. Es Edipo quien vence al monstruo. Edipo acabará viviendo, una vez se case con Yocasta: a la vez niño por ser hijo, hombre por ser marido y viejo por darle nietos.

Edipo Rey, constituye una de las más genuinas expresiones culturales del placer humano por la repetición. La permanencia de su interés se constata fácilmente en el suspense que proporciona su lectura, en el dinamismo de los diálogos que llevan al lector a seguir la obra con el mismo frenesí que se apodera de su protagonista obsesionado por encontrar esa VERDAD que acabará con su felicidad. Por lo tanto, el DOLOR, como moneda de cambio, como precio carísimo al conocimiento. Es aquí, donde se empareja el Edipo de Sófocles con la tradición cultural milenaria que advierte a la humanidad de los riesgos del saber. El rey Odín perdió un ojo cuando quiso beber en el pozo de la sabiduría, y hasta Adán y Eva perdieron su paraíso cuando quisieron saber, cuando quisieron alimentarse con el fruto del conocimiento. EL SABER PLENO NO ES NUNCA AGRADABLE, AUNQUE EN ESE DOLOR SE HALLA FINALMENTE LA PURIFICACIÓN DE LA CONCIENCIA. Es en este punto donde debemos entender el Edipo de Sófocles, como ejemplo del argumento perdurable.

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