martes, 11 de agosto de 2015
El Quijote de Trapiello
¿Y si tuviéramos la fuente de la eterna sabiduría y pudiéramos beber de ella cuantas veces nos placiera?, preguntó tan osado alumno al viejo profesor; éste lo miró irónicamente y le respondió, si lo que quieres es salir de la mediocridad, entonces has de leer.
La propuesta que presenta Trapiello, es absolutamente valiente y acertada. El mismísimo premio Nobel de literatura, Vargas Llosa afirma que la obra del Quijote ha rejuvenecido sin dejar de ser ella misma, poniéndose esta vez al alcance de muchos lectores.
A quién por ejemplo no se le ha atragantado la lectura del Ulises de James Joyce, que aún a pesar del amor que se puede profesar a la lengua inglesa y a la literatura, siempre se tropieza con el mismo obstáculo, a saber, la dificultad de comprensión por unas técnicas narrativas tan depuradas. Esta adaptación o transcripción al lenguaje actual ayudará a lectores hispanohablantes a realizar una lectura más cómoda pero también a los cientos de miles de profesores que tienen como segunda lengua el español y que se esfuerzan cada día por todo el mundo, a enseñar las maravillas que encierra esta obra cumbre de la literatura española, hito por ser novela e introducir un nuevo género, hito por acabar con un género como es la literatura de caballerías e hito también por presentar el arquetipo de antihéroe como lo entendía Italo Calvino.
Es sobradamente conocido que ha habido y hay, cientos de lectores que renuncian a leer esta obra emblemática porque el texto en el castellano que se hablaba hace 410 años les resulta demasiado difícil. Además el esfuerzo de consultar las eruditas notas a pie de página disuaden de leer la novela de Cervantes de principio a fin. Según Vargas Llosa, los lectores ahora, “podrán hacerlo, disfrutar de ella y acaso, sentirse incitados a enfrentarse, con mejores armas intelectuales, al texto original”.
La nueva edición no reproduce la obra original y añade notas a pie de página para aclarar pasajes que pueden entrañar una mayor dificultad, ya sea por la distancia histórica y de costumbres, ya sea por una cuestión lingüística, sino que está adaptada al castellano actual.
Lo que se consigue con esta adaptación es que el Quijote pueda pasar de ser un libro estudiado a ser un libro leído, devolverle esa espontaneidad con la que nació. Puede parecer que la lengua española no está tan lejos de la de Cervantes, pero lo cierto es que nadie habla como en el siglo XVII, y a veces casi ni la entendemos por escrito. El planteamiento de la traducción debe convertirse en una obligación cuando la obra verdaderamente no se entiende, no puede ser leída y mucho menos entendida.
Muy sabiamente, el autor de esta traducción deja las primeras 12 palabras del Quijote porque verdaderamente son intraducibles, “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” este comienzo es como el Partenón, no se puede restaurar.
Para entender la obra, debemos emprender un viaje doble, lo ideal sería que el lector, después de leer la obra de Trapiello, acuda al original y valore cada detalle, cada matiz…La versión de nuestro contemporáneo son unas buenas muletas para caminar con soltura, que es como se deben leer las novelas. Si queremos seguir hablando la lengua de Cervantes, don Quijote tiene que hablar nuestra lengua. De lo contrario, el Quijote se convertirá en un libro para especialistas.
Otra de las dificultades con las que se encuentra el lector a la hora de afrontar la obra original de Cervantes no es solo el hecho de que el lenguaje sea el de la España de 1600, sino también porque Cervantes usa un lenguaje, ya anticuado para su propia época, para definir el habla del hidalgo y caracterizar así su querencia para las novelas de caballería medievales y renacentistas. Algo que los lectores de la época podían captar, pero que a duras penas pueden hacer los actuales (sin una formación adecuada).
Reconoce Andrés Trapiello haber tardado 14 años en traducir este referente de la literatura, un libro que todo el mundo conoce y nadie ha leído. Sin duda la postura de esta adaptación es valiente, pues los más puristas recalcitrantes pueden ver traicionado el espíritu original de la obra, pero esto tiene una doble interpretación, pues gracias a esta adaptación se puede acercar un libro tan interesante, divertido y fundamental como es el Quijote a nuevas generaciones de lectores.
Parece curioso que los lectores franceses, ingleses o rusos, puedan leer el Quijote en sus respectivas lenguas actuales y no en las del siglo XVII, ¿Por qué no ofrecerles a los lectores de lengua española la oportunidad de hacerlo también en español contemporáneo? De esta forma se prescinden de las más de 1500 notas a pie de página que explican cada palabra o cada giro lingüístico.
Es tal la fuerza de la obra, su transparente magia, que enseguida nos atrapa como si la leyéramos por primera vez, como si no conociéramos el argumento de memoria , y cuando tenemos que interrumpir la lectura, estamos deseando volver a ella hasta que la terminamos un poco más sabios y también más humanos, sin acordarnos de si la prosa que estamos leyendo es la que escribió Cervantes o la que retocó Trapiello con su acreditada pasión cervantina.
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