Los Prejuicios Lingüísticos
Todas las lenguas representan una cultura. Por muy pequeñas que sean las zonas donde se habla una lengua, por muy pocos que sean los hablantes que la usan, detrás de ella siempre habrá una historia; por ello debemos respeto a cualquier forma de comunicación oral y escrita que nos encontremos.
Tan digna como lengua es el alemán, el checo, lenguas escandinavas, el español, el finlandés, el flamenco o neerlandés de Bélgica, el francés, el griego moderno, el húngaro, el inglés, el italiano, el rumano o el ruso, por citar algunos ejemplos. Todas tienen detrás una comunidad lingüística que reivindica unos valores históricos y culturales. A ellos, les debemos un respeto.
Como dice Tusón, “hay que cuidar las lenguas porque todas ellas, sin excepción carecen de puños, ni ocultan en el fondo sus estructuras…” Por ejemplo, en Alemania, además de la gran atención prestada a la enseñanza de la lengua en la escuela y en las academias dedicadas a la enseñanza de lengua para adultos, hay instituciones que aconsejan eficazmente en cuanto al uso lingüístico, entre las que destaca la redacción del Duden, que no legalmente, pero si funcionalmente, tiene para el alemán carácter normativo. El Duden, cuyo autor es Konrad Duden, puede equivaler a nuestro María Moliner.
En el mundo se cuentan unas cinco mil lenguas, algunas de ellas al borde de la extinción. Los usuarios de las lenguas están bajo la influencia de un prejuicio implícito en la propia idea de “lengua”: el sentimiento de superioridad lingüística, falsa creencia, que incluso algunos lo llevan a extremos bélicos. El problema de base consiste en el odio por todo aquello que es diferente, sin reparar de manera reflexiva que lo “distinto” enriquece una cultura, del tipo que sea. La otredad cultural nos lleva a entender otras lenguas, otras culturas, otros valores, en definitiva. No me resisto a citar el libro de Edward Said, “Orientalismo” donde desmonta con rigor los mecanismos imperialistas de la fabricación del “otro”. Es ilustrativa la nomenclatura que Tusón utiliza al referirse a la exaltación de una lengua, lo denomina “ombliguismo lingüístico”, parece obvio su significado.
El autor de Los prejuicios lingüísticos nos traza un panorama histórico muy acertado. Se percibe claramente la importancia de las lenguas cuyos prejuicios han evolucionado con el mismo devenir de la lengua. ¿Para qué ha servido esto? A fecha de hoy, en los comienzos del siglo XXI nos encontramos una Europa, por citar un ejemplo, multilingüe, donde el francés no es la única lengua utilizada en Francia, lo mismo ocurre con el italiano en Italia. El crisol de lenguas encontradas en el viejo continente es muy numeroso. Sobre los quinientos millones de europeos, más de cuarenta hablan una lengua local que no es la oficial del país, cifra que va en auge teniendo en cuenta el crecimiento de la defensa de lenguas minoritarias; seguimos con los prejuicios lingüísticos. De manera contradictoria a este dato, y en la línea que defiende Tusón, aparecen estadísticas que afirman que de aquí a finales de siglo, habrán desaparecido la mitad de las seis mil lenguas de todo el mundo, o sea una media de una lengua muerta cada quince días. A este paso, la mitad del patrimonio de la humanidad se habrá esfumado en cien años. Patrimonio, porque la lengua es lo que representa, un patrimonio cultural inigualable.
El número de hablantes no debe determinar la valoración de una lengua, como ya hemos señalado, una lengua es el patrimonio de una persona, son sus señas de identidad, por ello, como señala Tusón, las estadísticas con respecto a esto, no tienen nada que decir. Por ejemplo, a la hora de tratar lenguas y dialectos, nos encontramos ante un nuevo prejuicio y es aquel que emite la siguiente reflexión: El dialecto es un fermento de la lengua madre, como quien sostiene que el catalán lo es del español. Eso sí es politizar la lengua y debemos andar con pies de plomo al hacer aproximaciones a lenguas y dialectos. Ante la duda, consultemos el Manual de dialectología del profesor Alvar, él nos sacará de dudas, pues su tratamiento hacia los dialectos es exquisito y acertado.
Admitamos que la riqueza de las lenguas reside en su gran variedad, prestemos y obtengamos préstamos. Abramos nuestra perspectiva cultural y demos gracias sin negar la riqueza lingüística que nos rodea.
Todas las lenguas representan una cultura. Por muy pequeñas que sean las zonas donde se habla una lengua, por muy pocos que sean los hablantes que la usan, detrás de ella siempre habrá una historia; por ello debemos respeto a cualquier forma de comunicación oral y escrita que nos encontremos.
Tan digna como lengua es el alemán, el checo, lenguas escandinavas, el español, el finlandés, el flamenco o neerlandés de Bélgica, el francés, el griego moderno, el húngaro, el inglés, el italiano, el rumano o el ruso, por citar algunos ejemplos. Todas tienen detrás una comunidad lingüística que reivindica unos valores históricos y culturales. A ellos, les debemos un respeto.
Como dice Tusón, “hay que cuidar las lenguas porque todas ellas, sin excepción carecen de puños, ni ocultan en el fondo sus estructuras…” Por ejemplo, en Alemania, además de la gran atención prestada a la enseñanza de la lengua en la escuela y en las academias dedicadas a la enseñanza de lengua para adultos, hay instituciones que aconsejan eficazmente en cuanto al uso lingüístico, entre las que destaca la redacción del Duden, que no legalmente, pero si funcionalmente, tiene para el alemán carácter normativo. El Duden, cuyo autor es Konrad Duden, puede equivaler a nuestro María Moliner.
En el mundo se cuentan unas cinco mil lenguas, algunas de ellas al borde de la extinción. Los usuarios de las lenguas están bajo la influencia de un prejuicio implícito en la propia idea de “lengua”: el sentimiento de superioridad lingüística, falsa creencia, que incluso algunos lo llevan a extremos bélicos. El problema de base consiste en el odio por todo aquello que es diferente, sin reparar de manera reflexiva que lo “distinto” enriquece una cultura, del tipo que sea. La otredad cultural nos lleva a entender otras lenguas, otras culturas, otros valores, en definitiva. No me resisto a citar el libro de Edward Said, “Orientalismo” donde desmonta con rigor los mecanismos imperialistas de la fabricación del “otro”. Es ilustrativa la nomenclatura que Tusón utiliza al referirse a la exaltación de una lengua, lo denomina “ombliguismo lingüístico”, parece obvio su significado.
El autor de Los prejuicios lingüísticos nos traza un panorama histórico muy acertado. Se percibe claramente la importancia de las lenguas cuyos prejuicios han evolucionado con el mismo devenir de la lengua. ¿Para qué ha servido esto? A fecha de hoy, en los comienzos del siglo XXI nos encontramos una Europa, por citar un ejemplo, multilingüe, donde el francés no es la única lengua utilizada en Francia, lo mismo ocurre con el italiano en Italia. El crisol de lenguas encontradas en el viejo continente es muy numeroso. Sobre los quinientos millones de europeos, más de cuarenta hablan una lengua local que no es la oficial del país, cifra que va en auge teniendo en cuenta el crecimiento de la defensa de lenguas minoritarias; seguimos con los prejuicios lingüísticos. De manera contradictoria a este dato, y en la línea que defiende Tusón, aparecen estadísticas que afirman que de aquí a finales de siglo, habrán desaparecido la mitad de las seis mil lenguas de todo el mundo, o sea una media de una lengua muerta cada quince días. A este paso, la mitad del patrimonio de la humanidad se habrá esfumado en cien años. Patrimonio, porque la lengua es lo que representa, un patrimonio cultural inigualable.
El número de hablantes no debe determinar la valoración de una lengua, como ya hemos señalado, una lengua es el patrimonio de una persona, son sus señas de identidad, por ello, como señala Tusón, las estadísticas con respecto a esto, no tienen nada que decir. Por ejemplo, a la hora de tratar lenguas y dialectos, nos encontramos ante un nuevo prejuicio y es aquel que emite la siguiente reflexión: El dialecto es un fermento de la lengua madre, como quien sostiene que el catalán lo es del español. Eso sí es politizar la lengua y debemos andar con pies de plomo al hacer aproximaciones a lenguas y dialectos. Ante la duda, consultemos el Manual de dialectología del profesor Alvar, él nos sacará de dudas, pues su tratamiento hacia los dialectos es exquisito y acertado.
Admitamos que la riqueza de las lenguas reside en su gran variedad, prestemos y obtengamos préstamos. Abramos nuestra perspectiva cultural y demos gracias sin negar la riqueza lingüística que nos rodea.
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