sábado, 2 de octubre de 2010
Licenciado Vidriera SOBRE LITERATURA, UMBERTO ECO
El concepto de estilo ha de entenderse desde sus orígenes como composición, quizá también como forma de escribir y como estilo propio. Ahora bien, probablemente por motivos sociológicos, dicho concepto ha ido evolucionando a lo largo de los tiempos. Su análisis diacrónico nos hace descubrir, no sólo acepciones diferentes, sino contextos y conceptos adyacentes que ponen elocuentemente el acento en su evolución. En un principio analítico ha de encontrarse el concepto de estilo como género literario ampliamente codificado. Posteriormente estilo se debe relacionar con la idea de precepto, de imitación, de adherencia a los modelos. En la época barroca y en el incipiente Renacimiento, el hombre de estilo será el que tenga el ingenio, el valor y el poder social, de comportarse transgrediendo la regla, mostrando el privilegio de poderla transgredir: el estilo como virtud humana.
El concepto da un giro de trescientos sesenta grados a finales del siglo XIX, con el decadentismo y el dandismo, cuando el estilo se identifica ya con la originalidad excéntrica, el desprecio por los modelos dando lugar a las vanguardias. Flaubert afirmaba que el estilo es el modo en que se forja una obra, una forma de ver el mundo. Para Proust, el estilo se convierte en una suerte de inteligencia transformada.
Se puede deducir, según Eco, que bajo el concepto de estilo se pueden agrupar un gran número de disciplinas. Es por ello que estilo no es solo forma, sino que se trata de estrategias semióticas que ayudan a comprender la construcción de un texto narrativo, por lo tanto éste es además léxico, sintaxis y un compendio de disciplinas que nos ayudan a comprender las estructuras narrativas, de bosquejar personajes, de articular puntos de vista. El lenguaje literario es importante pero también lo es su uso y la pragmática que a él envuelve. No sólo decir sino querer decir.
Hablar de estilo significa hablar de cómo está hecha la obra, mostrar cómo ha ido haciéndose. Por ello, el estilo se percibe en primera instancia pero también requiere un análisis. Ésa es una de las claves, el análisis nos conducirá a un mayor conocimiento de la obra de arte, una obra con estilo y con un sinfín de profundidades y nervaduras.
Todo esto no está reñido con la idea de expresar juicios de valor estéticos, pues éstos nos conducirán a perseguir y desnudar las supremas maquinaciones del estilo llegando a la conclusión de por qué una obra es bella, por qué ha gozado de distintas recepciones en el curso de los siglos, por qué ciertas obras plasman el gusto por la repetición o de la intertextualidad.
De dónde ha de proceder pues, el estilo personal que encontramos como patrón común en todas las obras de un mismo autor. Esa es la parte, que afortunadamente, no puede ser explicada, es la parte humana del artista, la esencia del genio que mira de soslayo hacia los patrones de estilos, ignorándolos.
Los estudios semióticos (formalistas o estructuralistas) son acusados de ser los responsables de la decadencia de la crítica, con discursos algebraicos, con esquemas ilegibles en cuyo lodo se ahoga el sabor esencial de la literatura. El éxtasis al que está llamado el lector se diluyen en un conjunto de teorías que ahuecan el texto, desposeyendo a éste de frescura y magia.
Parece pertinente pues realizar una distinción entre discurso sobre las obras literarias y crítica literaria. La obra literaria está por encima de todo tipo de disciplinas humanas, puesto que puede ser abordada como campo sociológico, como documento histórico, como informe psicológico o como discurso moral (como ha hecho la tradición anglosajona).
La crítica en sentido propio se subdivide en tres modos, reseña, historia literaria y crítica del texto. La reseña habla a los lectores sobre una obra que todavía no conocen. La reseña puede limitarse en dar a los lectores una idea somera de la obra que todavía no han leído, y luego imponerles el juicio del crítico. La función eminentemente informativa en la reseña es innegable.
El segundo modo de crítica, la historia literaria, habla de textos que el lector conoce o, por lo menos, debería conocer, porque ya ha oído hablar de ellos. Una historia de la literatura puede ser meramente manualista. En definitiva esta modalidad de crítica, encamina hacia el reconocimiento final y total de una obra, orienta las expectativas y el gusto del lector.
El tercer modo es la crítica del texto: donde el crítico tiene que suponer que el lector no sabe nada de la obra, aunque se trate del mismísimo Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La finalidad de este discurso es descubrir paso a paso cómo está hecho el texto, y por qué funciona como funciona. Este discurso puede aspirar a una confirmación, a una revaloración o a la destrucción de un mito.
Con estas mimbres, es razonable pensar que la única y verdadera forma de crítica es una lectura semiótica del texto, pues la reseña y la historia literaria no pueden explicar cómo está construido un texto. Una lectura semiótica del texto posee unas cualidades de las que carecen las otras dos modalidades: no prescribe los modos de placer del texto, sino que nos muestra por qué el texto puede producir placer: la norma por el gusto.
Parece sobradamente comprobado que el texto literario sobrepasa cualquier disciplina humana, pues en él se encuentran envueltas arquetipos, técnicas, perfiles humanos y un sinfín de pinceladas sociológicas y psicológicas. Eso es lo que hace grande a la obra literaria. La narratología es una de esas disciplinas que están al servicio de la construcción de los textos, especialmente los narrativos, además nos ayuda a leer mejor y con un mayor aprovechamiento.
Siempre hemos de entender el texto como algo construido con conciencia y voluntad, y no pasar por él como si asistiéramos a un cumpleaños. El texto es algo vivo, lleno de niveles, que ofrecen al lector múltiples interpretaciones, múltiples sensaciones. Lamentablemente en nuestra era caótica (Bloom) esto se está olvidando. Debemos enseñar a las nuevas generaciones que para hablar de un texto es necesario poseer bagaje teórico para así acceder a todos los niveles de la obra. Contamos con un enemigo muy potente: la industria cultural. Lamentablemente se publica lo que se vende, se vende lo que se lee y se lee lo que se anuncia… esto es así y salir de esta espiral parece empresa imposible.
Los dedicados a la literatura debemos retomar los orígenes de un modo firme, debemos apelar al concepto de estilo y al de crítica verdadera, así como al de estrategia textual. No debemos sucumbir a la industria cultural ni tampoco al chantaje de nuestros jóvenes. (FIN)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Un placer ...
ResponderEliminarInteresante (a pesar de las salvedades que yo siempre acabo encontrando). Te seguiré y enrolaré en mi botella en cualquier caso... Un saludo y hasta otra.
ResponderEliminarNo sirve :")
ResponderEliminarAiudaaaaaaaaa
ResponderEliminar