viernes, 12 de noviembre de 2010

1.900 razones para leer 'Guerra y Paz'


Durante su última visita a China, el pasado mes de septiembre, el presidente ruso, Dimitri Medvedev, sorprendió a una estudiante del Instituto de Lenguas Extranjeras de Dalian absorta en la lectura de 'Guerra y Paz', la gran novela épica de León Tolstoi. "Es muy interesante, pero muy voluminosa. Son cuatro tomos", le advirtió el líder del Kremlin.

No cabe duda que las casi 1.900 páginas de 'Guerra y Paz' imponen de entrada como la cerviz de un gorila de discoteca o los colmillos perfectamente curvados de un mamut siberiano.

Si bien en Rusia la obra está prescrita como lectura obligatoria en las escuelas, en España son legión quienes se parapetan en el grosor de la novela para evitar coger por los cuernos la que probablemente sea la mejor novela de todos los tiempos. "Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro", decía Vladimir Nabokov, convencido de que la amenidad no tiene por qué estar reñida con la amplitud.

Coincidiendo con el centenario de la muerte de Tolstoi, que se conmemora este año, la reedición en España de 'Guerra y Paz' a cargo de 'El Aleph' (con traducción de Lydia Kúper), le quita el polvo a una novela imprescindible, epopeya coral de una época y radiografía del alma humana que no pocos consideran La Biblia de la literatura.

"'Guerra y Paz' nos cautiva porque contiene esos problemas filosóficos eternos que preocupan a todos los hombres: qué significa el amor o qué es el mal, como cuando Bezujov se pregunta por qué la gente mala se agrupa tan rápidamente y la gente buena no", explica a ELMUNDO.es Irinia Petrovitskaya profesora de literatura en la Universidad Estatal de Moscú (MGU) experta en la obra de Tolstoi.

Portada de una de las ediciones de 'Guerra y paz' en ruso.
Hace diez años Irina estaba en Barcelona, cuando sufrió un acceso alérgico que la condujo a un estado de muerte clínica en un hospital de Tarragona. "Estando allí me sorprendieron los médicos españoles que, al saber que yo era profesora de la universidad de Moscú, para devolverme a la vida me decían: 'Tolstoi, 'Guerra y Paz', Dostoyevski...'. Aquello fue muy conmovedor", recuerda.

Durante aquel trance, tumbada boca arriba en la camilla de aquel hospital, Irina se sintió como el héroe de 'Guerra y Paz', el príncipe Andrei Bolkonski, que mientras yace herido en el campo de batalla de Austerlitz clava su mirada en el cielo y en Napoleón (que se le acerca) para comprender de un plumazo el misterio de las alturas, de la altura infinita del firmamento y de la altura escasa del emperador francés ("Bonaparte le parecía un ser pequeñísimo e insignificante al lado de lo que estaba ocurriendo en su alma y el alto cielo infinito por donde se deslizaban las nubes").

'Guerra y Paz' es un electroshock para el alma. Sus páginas están trufadas de cientos de consejos ("¡goza de estos momentos de felicidad, trata de que te amen, ama! No hay más verdad que esa en el mundo"), de reflexiones, de meditaciones ("sólo conozco dos males reales en la vida: el remordimiento y la enfermedad", dice Andrei), así como de vivos diálogos sobre la muerte.

Además de exhaustivo manual de historia de las guerras napoleónicas (en 1867 Tolstoi visitó Borodinó para trazar croquis del campo de batalla), 'Guerra y Paz' quizá sea el libro de autoayuda más extenso jamás escrito.

"¿Quién soy yo?, ¿para qué vivo?, ¿para qué nací? Estas son preguntas sobre el sentido de la vida se la hacían para sí Tolstoi y Dostoyevski", explica Irina, que incide en la idea tolstoiana, presente en 'Guerra y Paz', de la responsabilidad del individuo ante el destino del mundo, uno de los rasgos del alma rusa pintado por la literatura clásica que presentan algunos personajes de la novela y también de 'Anna Karenina', su otra obra cumbre. "No tratan simplemente de buscar la comodidad individual en este mundo, sino de ver qué pueden hacer para la humanidad, para todo el mundo", afirma Irina.

Sus personajes
Dotando de vida eterna a sus personajes Tolstoi consuma su milagro como creador, como 'Dios creador' de la literatura. Porque debajo de sus charreteras, de sus faldones, de sus corsés y de sus uniformes, los personajes de 'Guerra y Paz' reviven con cada lectura. Derrochan vitalidad cuando aman, cuando meditan, cuando se baten a duelo, cazan liebres o bailan en salones palaciegos; están vivos cuando matan franceses en Borodinó, cuando se emboban ante la visión del zar Alejandro I ("Dios mío, qué feliz sería si me ordenada arrojarme ahora mismo al fuego", piensa Nikolai Rostov) o cuando reflexionan sobre el amor o la gloria ("a nadie se lo confesaré jamás, pero, Dios mío, ¿qué le voy a hacer si no deseo más que la gloria y el amor de los hombres?", se pregunta el príncipe Andrei).

"Tolstoi nos está diciendo en 'Guerra y Paz' que hay dos niveles de existencia, dos niveles de comprensión de la vida: la guerra y la paz, entendida ésta no solo como ausencia de guerra, si no como entendimiento entre las personas. O bien estamos enfrentados con nosotros mismos, con la gente y con el mundo o estamos reconciliados con él; y en este caso el hombre se siente feliz. A mí me parece que eso debe cautivar a cualquier lector, de cualquier país", explica Irina, que envidia a quienes aún no han saboreado la obra rusa con más denominación de origen.

A los personajes de 'Guerra y Paz', en perpetua búsqueda de sí mismos, se les sale la vida por los ojos (el rasgo predilecto de Tolstoi), incluso cuando se les cierran los párpados, como al mariscal Kutuzov, que se humaniza ante nuestros ojos al quedarse traspuesto en plena la exposición del plan de batalla de Austerlitz. Pero no todo es tragedia y existencialismo en la obra cumbre de Tolstoi.

El humor
El humor también flota por las páginas de 'Guerra y Paz' como el humo en el campo de batalla. Imposible no esbozar una sonrisa cuando vemos al padre del príncipe Andrei, cegado ya por la demencia senil, empeñado en cambiar cada noche la posición de su cama, o cuando leemos el siguiente párrafo: "Se decía que [los franceses] ya se habían llevado de Moscú todas las oficinas públicas y [...] sólo por eso Moscú debía mostrarse agradecida a Napoleón".

"En el siglo XXI este libro debe ser considerado como un libro de culto, como un 'bestseller' emocionante, porque ante todo es un libro que trata sobre el amor, sobre el amor de una heroína memorable como Natasha Rostov y de Andrei Volkonsi, y después de Pierre Bezujov. Es la persona que quiere a su marido, a su familia. Eso son los conceptos sin los que nadie puede vivir. La novela está impregnada de cariño, de amor, de todo lo terrenal, de amor a la gente, a cada uno de nosotros", explica emocionada Nina Nikitina, 'guardiana' del museo de Yasnaia Polaina, la hacienda donde nació, vivió, escribió y fue enterrado Lev Tosltoi tras morir en 1910 en la casa del jefe de estación de Astapovo.

Según ella, 'Guerra y Paz' desprende optimismo por los cuatro costados de cada tomo porque "fue escrita en los años felices de la vida de Tolstoi, cuando se sentía escritor con todas las fuerzas de su alma, como él mismo aseguraba, gracias a que tenía las tablas de su familia, en concreto de Sofia, que constantemente pasaba a limpio sus escritos", explica Nikitina.

Una obra universal
¿Qué hace de 'Guerra y Paz' una obra tan universal? ¿Cómo es posible que la peripecia de un puñado de condes, príncipes y princesas rusos del siglo XIX siga conmoviendo a los lectores del siglo XXI? "A mis estudiantes en sus 22-23 años lo que más les preocupa es el amor o la familia. Si es posible hoy en día formar una familia, y eso es algo que está presente en la obra de Tolstoi", concluye Irina.

"No te cases nunca, nunca, amigo mío; te lo aconsejo. No te cases antes de que puedas decirte a ti mismo que has hecho todo lo posible por dejar de amar a la mujer escogida [...]", le dice el príncipe Andrei Bolkonski, arquetipo del héroe ruso, a Pierre Bezujov, personaje antitético de naturaleza melancólica y torpe (se le resbalan los anteojos y tropieza con los muertos) que fue interpretado por Henry Fonda en la versión cinematográfica de 1956. La conversación entre Andrei y Pierre tiene lugar en un salón palaciego de Moscú poco antes de la invasión napoleónica de Rusia de 1812, pero es probable que si aguza el oído la oiga hoy en el autobús camino del trabajo.

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