domingo, 24 de enero de 2010
Crítica Literaria: Tres Vidas de Santos, Eduardo Mendoza
TRES VIDAS DE SANTOS
EDUARDO MENDOZA
Seix Barral Biblioteca Breve, 2009
Me acerco con cautela a un libro cuyo autor dejó de interesarme el año en que abandoné el Instituto: La Verdad sobre el Caso Savolta me dejó empachado de literatura, pues su lectura atropellada me catapultó hacia el examen de selectividad.
Admito que, el planteamiento en la lectura de estos nuevos relatos, publicados bajo un sugerente título, es distinto. La técnica, el estilo así como la extensión son diferentes en los tres relatos, además las fechas de composición son distantes entre ellos, pero el título hace de hilo vertebral y metafórico en las tres historias. Los protagonistas de la obra, ni son santos ni mártires pero reúnen condiciones comunes: son personas cuya vida es antiépica, como afirma el propio Mendoza.
Estos falsos santos, que llevan una vida en cierta medida absurda, tienen mucho de quijotesco, pues viven apartados de la sociedad, en un lado oscuro que, efectivamente atendiendo a Mendoza, sí está habitado.
La obra se encuentra más cerca de la novela corta que del relato, a juzgar por la profundidad de que dota a sus personajes. El humor del que hace gala su autor se plasma en las historias que afrontamos al leer Tres Vidas de Santos.
El autor comienza el prólogo del libro orientando cada una de las lecturas hacia un propósito concreto y los cataloga como “discursivos”, toda una declaración de principios. Manifiesta la apertura de sus finales cuyo centro de gravedad se encuentra en el centro de la obra. Mendoza realiza una somera clasificación en cuanto a “Santos” se refiere, que parece estéril e impropia, aunque pertinente a medida que vamos conociendo a sus protagonistas. La intensidad del libro en su conjunto sufre altibajos y genera cierto desconcierto, aunque el ritmo, pretendidamente uniforme intenta mantener la atención del lector. Mendoza nos ofrece una narración continuada, un tratamiento del espacio y del tiempo con gran relevancia, que le da un aspecto de novela breve, lejos del cuento y del relato.
La Ballena, como primera historia del libro, presenta la Barcelona de posguerra en la visión de un niño que se ve superado por el Congreso Eucarístico que tiene lugar en su pueblo y al que es invitado un obispo mejicano, que por un giro político en su país, no puede regresar a su tierra y se ve obligado a residir, caritativamente, en casa de este niño. El narrador, cuya mirada es infantil, plantea los acontecimientos con ritmo y con fina ironía. El obispo es degradado progresivamente y se llega a convertir en un huésped molesto, para pasar al “estado vegetativo” en sentido figurado. El prestigio con el que llega al Congreso se disipa poco a poco y su estancia se convierte en algo valleinclanesco, llegando a compartir tertulias con el padre del narrador, que a la sazón es alcohólico. Y es entonces cuando Mendoza establece un paralelismo brillante, el obispo de Putucás se encuentra varado como el cetáceo que se exhibe en el puerto de Barcelona, al que visita con frecuencia para ver su deterioro y putrefacción. Las frases excesivamente largas, con un sinfín de subordinadas, aunque con una perfecta puntuación, dejarán exhaustos a los lectores menos avezados.
El final de Dubslav es el relato más reflexivo de todo el libro, y posee gran mérito, pues la extensión aunque breve, conseguirá conmover al lector, especialmente en las dos últimas páginas. Es la historia más conseguida desde un punto de vista discursivo y argumental. Dubslav, es un personaje existencialista, al más puro estilo unamuniano (salvando las distancias) que viaja a un país remoto en busca de su YO. La noticia de la muerte de su madre viene aparejada, irónicamente, con la entrega de un prestigioso premio a su carrera. Dubslav decide recoger el premio en nombre de su madre y aprovecha esa ocasión para realizar un discurso constructivo, sincero y brillante sobre la existencia humana, la riqueza y la pobreza así como el camino sinuoso que conduce al conocimiento, haciendo un pequeño guiño al “Corazón de la Tinieblas” de Joseph Conrad.
El malentendido se puede considerar un relato inverosímil con un contenido argumental poco elaborado y que tiene como mensaje: el milagro de la lectura, la Literatura como redentora social y la lucha de clases. Antolín Cabrales, un recluso interesado por la lectura, se apunta a las clases de literatura que imparte la profesora Fornillos dentro del penal. Las lecturas que realiza el alumno, cada vez más profundas y complejas, confieren al protagonista una conciencia literaria que lo guiará a hacerse cargo de la biblioteca de la cárcel, para una vez fuera de ella, triunfar como escritor y convertirse en un autor insertado en el canon de la novela negra, bajo el seudónimo Martín J. Fromentín, alejado ya de su apodo carcelario “Poca Chicha”. Mendoza hace un guiño venenoso a la propia crítica, a la que alude de manera despectiva señalándola como “moradora de una abulia endémica”. Pero eso se le puede perdonar a un autor como Eduardo Mendoza, pues su bagaje literario se mide en decenios.
En conjunto los tres cuentos ponen de manifiesto la labor narradora que ha caracterizado a Eduardo Mendoza, en parte sensible y en parte irónico. Es un libro de fácil lectura, con varios niveles de interpretación y que en términos generales gustará al lector.
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