viernes, 27 de noviembre de 2009




Breve simbolismo en el Lazarillo de Tormes



“La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades” revela el ansia de su protagonista por alcanzar una libertad social, una libertad religiosa y una libertad laboral que le permita ascender socialmente. Lázaro busca el reconocimiento social a través del trabajo, algo impensable pues al pertenecer al grupo denominado cristiano nuevo, está ciertamente condenado a la inmovilidad social.

De muchas formas se ha interpretado el Lazarillo, pero así la novela sigue ofreciéndose siempre nueva a los ojos del lector. Quizá una de las fuentes de esta vitalidad se encuentre en los elementos simbólicos que tejen la narración, de los que aquí nos fijaremos en tres: la casa, el arca y el fardel.

Si la casa representa la pertenencia a un lugar, el anclaje en la sociedad, puede decirse que desde el primer momento Lázaro carece de estas circunstancias: nace en el río, su madre, al morir el marido, se traslada con él a la ciudad, donde alquila una «casilla», pero tiempo después, descubierta su relación con el «moreno», se ve obligada a cambiar de lugar, y poco después Lázaro debe abandonar el núcleo familiar, ante la imposibilidad de la madre para mantenerle. Como se ve, la casa familiar es precaria, cambiante, y más que una posición en la sociedad se relaciona con la falta de ella, y con el intento por conseguir un sitio entre los ciudadanos, a la postre fallido.

Al final de la novela, tras casarse, Lázaro alquila una «casilla» al lado de la casa del arcipreste, a donde van a celebrar las fiestas. A pesar de haber llegado a inscribirse en la ciudad, la situación del personaje es claramente dependiente de la del arcipreste, y lo es en una forma que suscita las maledicencias de los vecinos, y que expresa en definitiva el asunto del que parte la narración. Es interesante, en este sentido, que cuando Lázaro revela los rumores a su esposa ésta monte en cólera, «que yo pensé la casa se hundiera con nosotros». La casa es la estabilidad, la seguridad de la posición alcanzada, todo aquello, en suma, que con sabiduría o cinismo, el propio Lázaro no está dispuesto a perder corriendo detrás de la honra de la que tanto ha aprendido con el hidalgo.

La casa representa la acogida, pero ésta lo es en el Lazarillo de una manera contradictoria.

El arca y el fardel tienen que ver con la riqueza, las posesiones, lo que se guarda y sirve para el sustento; en sentido amplio, con los bienes, con cierta riqueza. Su vacío o su inexistencia delatan la pobreza, como en la casa del hidalgo, donde prácticamente no hay nada. Lázaro tampoco los posee, nunca es su dueño, y para procurarse algunos de los beneficios que en ellos se encuentran (fundamentalmente, comida o bebida) tiene siempre que usar de su ingenio o incurrir en el engaño.

Pero todos estos intentos se relacionan con una forma de vida que acaba de resultar insatisfactoria para el protagonista, que busca finalmente esa ansiada casa donde la itinerancia y la trampa ya no son, en principio, necesarias.

La compleja relación entre estos tres regímenes simbólicos y su genial integración en la novela producen una brillante densidad significativa, que hace de este texto una obra inagotable.

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